miércoles, 29 de marzo de 2017

Leyenda del Campanero de la Catedral de Guadix







            La torre de la Catedral de Guadix posee dos sistemas de escaleras, de tal forma que las personas que suben nunca se cruzan con las que bajan. Éste fue el origen de la leyenda de la torre:

            Se dice que un día de principios de noviembre, una anciana morisca estaba pidiendo limosna en la Puerta de Santiago de la Catedral. Pedía  a los feligreses una moneda con la que aliviar su miseria; algunos se apiadaban de  ella y dejaban resbalar una moneda entre sus manos. Al poco, pasó por allí una señora de alta cuna a la que la anciana solicitó su ayuda plantándose en su camino. De pronto apareció el marido de la señora y le dio tres golpes con el bastón en la cara. El labio de la pobre anciana  empezó a sangrar y con esos mismos labios maldijo al caballero diciéndole:”¡Ojalá os pudráis en el infierno!”
            El caballero pertenecía a una de las más ilustres familias de la ciudad y era miembro del Santo Oficio, con  una dilatada experiencia en procesos a descendientes de moriscos y judíos. El poderoso denunció a la anciana que fue detenida en la misma puerta de la Catedral. Quiso la ventura o la desgracia que el campanero llamado Torcuato presenciase la escena e intercediese ante la anciana, temiendo lo que iba a pasar:

    “-  Señor es sólo una pobre vieja que no hace mal a nadie y se gana la vida como puede.”
El caballero dolido en su orgullo respondió:

-          “Métete en lo tuyo campanero chismoso, si no quieres acompañarla en su destino.”

            El caballero ordenó encarcelar a la anciana y confinar al campanero en la Torre de la Catedral hasta que el tribunal de la Inquisición decidiese qué hacer con él, acusándolo injustamente de ser partidario de  moriscos.

            La anciana, que sabía que le esperaba una muerte segura, se encaró con el caballero y profirió una profecía:

            “- Te maldigo porque me has condenado sabiendo que no he hecho nada malo. Al ocaso del tercer día un príncipe atravesará tus entrañas y dos ángeles negros te indicarán la entrada de tu paraíso infernal, mostrándote dos cálices de aire que se llenarán con tu alma maldita. Así purgarás tus pecados por toda la eternidad.”

             El caballero se quedó estupefacto ante la maldición proferida. Aquello quebró su tranquilidad y una vez en su palacio reflexionó sobre las palabras de la bruja. Su templanza, mil veces probada en  otros juicios, se resquebrajó. Como su alma no encontraba  paz, decidió ir todas las tardes a pedirle a San Torcuato que intercediese por él. Al amanecer del tercer día su mujer, preocupada por su estado de nervios, le recomendó que se encontrase en suelo sagrado al llegar el ocaso, así ninguna maldición conseguiría alcanzarle. Se encaminó a la Catedral, no sin antes pasar por las mazmorras del Santo Oficio, comprobando que la anciana había fallecido a causa de los duros interrogatorios. Respiró el señor tranquilo pues se había librado del maleficio.       Llegó a la capilla de San Torcuato para dar gracias y se arrodilló para rezar, pero cuando el sol estaba en el ocaso del tercer día, un hombre cubierto de negros ropajes salió de la puerta de la sacristía. Encaminándose hacia donde estaba rezando el caballero, le tapó la boca por detrás y le asestó varias puñaladas mientas le decía al oído: “por fin he cumplido la orden de mi príncipe Aben Humeya, pues eras una plaga para los nuestros”.

            Dejó tan malherido al caballero que, a duras penas, consiguió llegar hasta la puerta de Santiago, donde cayó de rodillas. En el dintel de la gran puerta vio dos figuras demoníacas que le invitaban a traspasarlo, logró atravesar la puerta para pedir auxilio pero cayó fulminado mirando al cielo. Su última visión fue la de los dos cálices de aire de dicha puerta, cumpliéndose al pie de la letra la maldición de la anciana morisca.

            Una vez que todo hubo pasado, el campanero quedó libre de toda sospecha, puesto que la guardia le había custodiado toda la noche. Mientras, en la torre del campanario, Torcuato limpiaba la sangre de la daga  que había heredado de su pariente Aben Humeya, ya que lo que no sabían los soldados era la existencia de dos escaleras, una que subía y otra que  bajaba hasta la capilla de Santa Teresa de la Catedral. Así es como Torcuato burló  la vigilancia de los soldados para llevar a cabo su venganza.

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