La torre de la Catedral
de Guadix posee dos sistemas de escaleras, de tal forma que las personas que
suben nunca se cruzan con las que bajan. Éste fue el origen de la leyenda de la
torre:
Se dice que un día de principios de noviembre, una anciana morisca estaba pidiendo limosna
en la Puerta de Santiago de la Catedral. Pedía
a los feligreses una moneda con la que aliviar su miseria; algunos se
apiadaban de ella y dejaban resbalar una
moneda entre sus manos. Al poco, pasó por allí una señora de alta cuna a la que
la anciana solicitó su ayuda plantándose en su camino. De pronto apareció el
marido de la señora y le dio tres golpes con el bastón en la cara. El labio de
la pobre anciana empezó a sangrar y con
esos mismos labios maldijo al caballero diciéndole:”¡Ojalá os pudráis en el infierno!”
El caballero pertenecía a una de las más ilustres familias de la ciudad y era miembro del Santo Oficio, con una dilatada experiencia en procesos a descendientes de moriscos y judíos. El poderoso denunció a la anciana que fue detenida en la misma puerta de la Catedral. Quiso la ventura o la desgracia que el campanero llamado Torcuato presenciase la escena e intercediese ante la anciana, temiendo lo que iba a pasar:
El caballero pertenecía a una de las más ilustres familias de la ciudad y era miembro del Santo Oficio, con una dilatada experiencia en procesos a descendientes de moriscos y judíos. El poderoso denunció a la anciana que fue detenida en la misma puerta de la Catedral. Quiso la ventura o la desgracia que el campanero llamado Torcuato presenciase la escena e intercediese ante la anciana, temiendo lo que iba a pasar:
“- Señor es sólo una pobre vieja que no hace mal a nadie y se
gana la vida como puede.”
El caballero dolido en su orgullo respondió:
El caballero dolido en su orgullo respondió:
-
“Métete en lo tuyo campanero chismoso, si
no quieres acompañarla en su destino.”
El
caballero ordenó encarcelar a la anciana y confinar al campanero en la Torre de
la Catedral hasta que el tribunal de la Inquisición decidiese qué hacer con él,
acusándolo injustamente de ser partidario de
moriscos.
La
anciana, que sabía que le esperaba una muerte segura, se encaró con el
caballero y profirió una profecía:
“- Te maldigo porque me has condenado sabiendo
que no he hecho nada malo. Al ocaso del tercer día un príncipe atravesará tus
entrañas y dos ángeles negros te indicarán la entrada de tu paraíso infernal,
mostrándote dos cálices de aire que se llenarán con tu alma maldita. Así purgarás
tus pecados por toda la eternidad.”
El caballero se quedó estupefacto ante la
maldición proferida. Aquello quebró su tranquilidad y una vez en su palacio
reflexionó sobre las palabras de la bruja. Su templanza, mil veces probada
en otros juicios, se resquebrajó. Como
su alma no encontraba paz, decidió ir
todas las tardes a pedirle a San Torcuato que intercediese por él. Al amanecer
del tercer día su mujer, preocupada por su estado de nervios, le recomendó que
se encontrase en suelo sagrado al llegar el ocaso, así ninguna maldición
conseguiría alcanzarle. Se encaminó a la Catedral, no sin antes pasar por las
mazmorras del Santo Oficio, comprobando que la anciana había fallecido a causa
de los duros interrogatorios. Respiró el señor tranquilo pues se había librado
del maleficio. Llegó a la capilla de
San Torcuato para dar gracias y se arrodilló para rezar, pero cuando el sol
estaba en el ocaso del tercer día, un hombre cubierto de negros ropajes salió
de la puerta de la sacristía. Encaminándose hacia donde estaba rezando el
caballero, le tapó la boca por detrás y le asestó varias puñaladas mientas le
decía al oído: “por fin he cumplido la
orden de mi príncipe Aben Humeya, pues eras una plaga para los nuestros”.
Dejó
tan malherido al caballero que, a duras penas, consiguió llegar hasta la puerta
de Santiago, donde cayó de rodillas. En el dintel de la gran puerta vio dos
figuras demoníacas que le invitaban a traspasarlo, logró atravesar la puerta
para pedir auxilio pero cayó fulminado mirando al cielo. Su última visión fue
la de los dos cálices de aire de dicha puerta, cumpliéndose al pie de la letra
la maldición de la anciana morisca.
Una vez que todo hubo pasado, el
campanero quedó libre de toda sospecha, puesto que la guardia le había
custodiado toda la noche. Mientras, en la torre del campanario, Torcuato
limpiaba la sangre de la daga que había
heredado de su pariente Aben Humeya, ya que lo que no sabían los soldados era
la existencia de dos escaleras, una que subía y otra que bajaba hasta la capilla de Santa Teresa de la
Catedral. Así es como Torcuato burló la
vigilancia de los soldados para llevar a cabo su venganza.
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